lunes, 21 de noviembre de 2011

Cicatrices

Mi cicatriz es un camino rosa que nace bajo los senos y se desliza sobre mi vientre hasta llegar al ombligo.
Mi cicatriz no es hermosa.
No hace falta que lo sea. Me devolvió la vida, y eso la convierte en la parte más hermosa de mí.
Cuando, un tiempo después, hablé con el cirujano, me dijo que sería fácil eliminarla con láser. Que no tenía porqué ser para siempre. Reconozco que me lo pensé bastante, pero ahora he decidido que no quiero deshacerme de ella, nunca. Porque me recuerda cosas que no quiero olvidar. Porque gracias a ella mi vida ha cambiado, todo ha cambiado. Porque es parte de mí. No puedo deshacerme de lo que soy, de lo que me conforma. Yo también soy esa cicatriz.
Todos tenemos cicatrices.
Algunas se ven. Otras no.
La cicatriz de la apendicitis, o la de aquella vez que nos caímos de la bicicleta. La cicatriz mal curada de un amor de adolescencia. Las múltiples y dolorosas cicatrices de aquellos que ya se fueron, que nos extirparon a la fuerza, de repente, o tal vez fue despacio, muy muy despacio.
Y todas esas cicatrices que nos dejaron los momentos amargos, las tristezas, las palabras, que tanto hieren.
Cicatrices de recuerdos...
Mi cicatriz es un poco de las dos. Es un recuerdo. Es un pedazo de mi vida. Es la señal terrible de una terrible operación.
No me importa lo terrible que sea. Para mi no lo es. Aunque no sea hermosa, para mi es lo más hermoso del mundo. Me devolvió la vida...
Casi tres años ya...
Al despertar, la sentí a ella lo primero de todo, como un gran hueco, un vacío negro lleno de estrellas por el que se colaba todo el frío del mundo. Un viento de estrellas...
Me dolía. Me costaba moverme. Se estaba convirtiendo en parte de mí, y eso siempre duele.
Ahora ya lo es. Ya soy yo. Y casi me siento orgullosa de ella.
No quiero un cuerpo perfecto. 
Quiero a mi cuerpo, así, como es, con sus fallos, sus errores de diseño, sus marcas, sus cicatrices.
Los cuerpos más hermosos que conozco son los que están llenos de vida. Porque la han vivido. Porque están vivos. Imperfecta y maravillosamente vivos. Me gustan las cosas imperfectas.
Soy imperfecta.
Maravillosamente imperfecta.
Y si a alguien le importa, entonces es que esa persona no merece la pena. Si me quieres, me quieres así. Con cicatrices. Porque eso es lo que soy.
Y estoy orgullosa de serlo.
Orgullosa de mi vida.
Y mi vida es esa cicatriz. Así que ahí se quedará, un camino que nace bajo los senos y se desliza sobre mi vientre hasta llegar al ombligo.
Los caminos son para recorrerlos ¿verdad?
Hay muchos caminos que recorrer en este cuerpo imperfecto. Hay una cicatriz rosa. Y una Terra Incognita, en el punto justo donde se une la oreja con el cuello, un lugar suave, salvaje y peligroso. Hay mapas, pero son imperfectos también, y en las esquinas alguien ha escrito "Aquí hay dragones". Pero los mapas también indican el camino de algunos tesoros, tesoros de piratas, tesoros escondidos en las islas y los mares de este mundo imperfecto, con sus errores, con sus cicatrices.
Tal vez, el mayor de los tesoros esté precisamente ahí, en esa cicatriz.
Quien sabe...
Que curioso. Empiezo hablando de cicatrices y acabo con tesoros, piratas, islas y caminos secretos.
Y Terras Incognitas.
La que descubrió un pirata travieso que se perdió hace ya mucho tiempo en algún otro mar. Pero la Terra Incognita sigue ahí.
Y ahí está la cicatriz.
Y aquí estoy yo, con todos mis fallos, mis errores, mis imperfecciones.
Orgullosa de ser yo.
Y al que no le guste, él se lo pierde...

sábado, 12 de noviembre de 2011

Avellanas


Me gusta buscar avellanas.
Parece una tontería.
A lo mejor lo es.
Pero me gusta.
Se esconden entre las hojas secas, pero no es difícil encontrarlas, porque brillan como pequeñas joyas con ese bonito color zorruno. Las hojas son más pardas. Las avellanas, pequeñas, redondas, rojizas, resaltan y parece que te llamen.
Color de zorro, color de ardilla.
Brillantes por la lluvia.
Con sabor a tierra, con perfume a musgo.
La fruta de la sabiduría.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Colores de otoño

No me suele gustar mucho el otoño.
Se que mucha gente dice que el otoño es su estación favorita. Supongo que queda bien. 
Yo prefiero la primavera, con su estallido de vida. O el verano, lento, cálido, un poco gandul.
Me gustan los días largos. Me gusta el sol.
Los fríos otoños húmedos me deprimen. Los días de lluvia me producen dolor de cabeza. Las interminables tardes oscuras me aburren, me cansan.
Y sin embargo...
Hay que reconocerlo.
Que fotogénico es el otoño en el campo.
Cuanta luz puede haber atrapada en una sola gota de lluvia.


Hoy he salido a pasear bajo la lluvia.
Estaba cansada de estar encerrada (no me sientan bien los encierros), así que me he puesto un chubasquero, he cogido la cámara y he salido a la calle. 
A buscar la luz del otoño.


Y lo que he descubierto es que no hay mayor artista, no hay mejor pintora que la Señora Naturaleza.
Su manera de mezclar los colores...


(Amarillo, verde, avellana)


Y cómo puede ser de magnífica una vasija llena de agua cuando pasa su pincel sobre ella.



He descubierto espirales, caracoles, gotas.







Y flores de azafrán cubiertas de joyas líquidas.
Ningún joyero podría crear algo tan bello.
No hay otra joya que quisiera llevar en este momento.
Y es la única que no puedo.
Una gota de lluvia sobre una flor violeta...



O un puñado de bayas del color de la sangre.



Desde luego, hay que reconocerlo. El otoño es la estación más fotogénica del año.
Y, bajo la lluvia y los pinceles de la Naturaleza, todo parece más brillante. 
Hasta una bellota. Hasta una avellana partida.
Y no puedo evitar ponerme un poco tontorrona.
Perdón.