(Foto: en Dingle, Irlanda)
Ya lo he dicho antes.
Mhuire soy yo.
¿Pero que es Mhuire?
Solo un nombre. Mi nombre. Mhuire no es más que María. La María celta, la que se vuelve loca por volver a Irlanda, la que escucha a los Dubliners y fantasea con hadas, cuentos y colinas verdes, con pubs amarillos junto al río, bajo la lluvia, con acantilados interminables sobre un mar de plata que mira al oeste.
Mhuire es María en irlandés. Y ya está.
Como si eso fuera poco.
María está aquí y ahora, vive cada día como puede, como se presenta, a veces bien, a veces no tanto. María aguanta las mareas de la vida, como hacemos todos, en esta casa, en este mundo, de este lado de las cosas.
Y luego está Mhuire, la celta. Y Mhuire está en el Otro Lado, y sueña con su isla verde al oeste, y con sus duendes, y con su música. Mhuire escribe, Mhuire cuenta, Mhuire pinta.
Mhuire hace lo que puede para sobrevivir a la realidad.
Y cuida muy bien de María, procurando que la realidad no acabe por devorarla. Le explica sus cuentos al oido, la hace reír, y también llorar, a veces. La hace recordar, añorar, cantar.
Nunca dejará que olvide a la niña que fue.
Nunca dejará que olvide su Irlanda.
Nunca dejará que pare de crear.
Porque sus manos, las de las dos, son como pájaros.
Y los pájaros quieren ser libres.
Para volar a Irlanda, o para escribir, o para pintar, o para tejer, o para cantar...
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