miércoles, 21 de septiembre de 2011

Un mal día



Una vez Cuervo fue a buscar el sol.
Lo contaba la gente de fuera del Mundo Bosque, al otro lado de las cosas.
Un día, Oso robó el sol, se lo llevó a su cueva, en el norte lejano, y se lo quedó para él, sumiendo al mundo y a los hombres en las tinieblas. Pero Cuervo engañó a Oso, dicen, y devolvió el sol a los hombres. Desde entonces, los inuit lo adoran como a un dios. Porque les trajo la vida. O eso dicen.
Cuervo no está demasiado seguro de todo eso. Se ha inventado tantas historias sobre sí mismo a lo largo de su vida que ya no sabe cuales son verdad y cuales son mentira. Debería preguntárselo a Baba Yaga. En su choza con patas de gallina tiene tres ventanas. Una es verde y enseña lo que es verdad. Otra es roja y enseña lo que es mentira. Y la tercera es azul y enseña lo que no es verdad ni mentira, las cosas que no son y tal vez nunca serán.
Aunque mejor no, se dice Cuervo, inflando las plumas del pescuezo. Con el día que lleva hoy, mejor no acercarse a Baba Yaga. Le diría que su historia solo se ve por la ventana azul, con lo que no le solucionaría nada, porque nunca ha entendido exactamente que es lo que se ve por allí. Y luego, seguramente, acabaría en su olla. Vieja loca...
Cuervo no tiene un buen día. Se ha levantado con resaca. No debió beber tanto anoche. Y además le parece que está pescando un resfriado ¿Y dónde se ha visto un cuervo resfriado? Ridículo...
Cuervo despliega con dificultad las alas, que crujen y protestan, y abandona la rama donde ha pasado la noche y buena parte de la mañana. Con un vuelo tambaleante, busca un claro soleado en el que calentarse los huesos. Está muy bien, el Mundo Bosque. Muy bonito, con todos esos árboles y plantas y criaturas estrafalarias. Y aquí puede permitirse ser él mismo, sin miedo. Pero, ay, esa falta de sol...
En el claro hay retales de nieve crujiente. Es el solsticio de invierno. A lo mejor es por eso que se ha despertado pensando en aquella vez que fue a buscar el sol.
¿O no fue él?
También hay un riachuelo en el claro. Apenas es un hilo de agua casi helada, pero Cuervo se acerca y bebe, despacio.
Una risilla burlona interrumpe sus pensamientos sombríos.
-Vaya pintas ¿Una mala noche?
Cuervo lanza un suspiro de fastidio. Reconocería esa risilla estúpida en cualquier parte.
-Hola, Coyote.
Coyote tiene un aspecto espléndido. El pelo rojizo, brillante como hojas otoñales, la sonrisa blanca, los ojos, como siempre, rebosantes de secretos, de trampas y de planes descabellados.
Siempre que aparece Coyote hay problemas, piensa Cuervo. Lo que me faltaba...
Con un aire casual, Coyote se acerca a beber junto a Cuervo.
-¿Sabes? -dice- Estaba pensando en aquella vez que fui a buscar el sol...
Ya empezamos. Siempre igual. Cada vez que se acerca el invierno, la misma historia. A Coyote le encanta asegurar que fue él quien fue a buscar el sol, y no Cuervo. Incluso hay personas, fuera del Mundo Bosque, que creen que es verdad, y así lo cuentan.
Pero Cuervo está seguro de que es mentira. Un cuento de Coyote, una de sus fanfarronadas. No está seguro de haber sido él quien lo hizo, pero seguro que no fue Coyote.
Coyote siempre ha sido un tramposo.
Y hoy parece que tiene ganas de jugar.
-Vete a la mierda, chucho -dice Cuervo, y vuela hasta una rama baja.
-Vaya, vaya. Estamos nerviosos ¿eh? -y le dirige una sonrisa perruna.
Justo cuando Cuervo empieza a pensar en dejar plantado a ese cánido idiota, una sombra parece cubrir el sol. Hace un día claro y limpio, pero de pronto es como si una mano enorme se hubiese posado sobre el origen de toda luz.
No. Una mano no. Una zarpa. Una garra. La garra de un oso.
Y ahora ya no hay sol. La noche ha caído sin más en el Mundo Bosque. Las estrellas brillan arriba, entre las hojas de los árboles, como ojos lejanos. Los ojos de Coyote brillan abajo, entre el pelaje otoñal, como las estrellas.
Un rugido hace retumbar el mundo cubierto por la oscuridad.
-Ya estamos otra vez -gruñe Cuervo.
-Genial -ríe Coyote- Ahora veremos quien de los dos tenía razón.
Y, antes de que Cuervo se de cuenta, Coyote se aleja corriendo hacia el norte.
Cuervo duda un momento, en su rama. Balancea la cabeza de un lado a otro, pensativo.
Para Coyote, todo es un juego, se dice. Pues bien, vamos a jugar.
Y así empieza la carrera en busca del sol.
Las patas de Coyote son veloces, pero las alas de Cuervo pueden llegar muy lejos, y muy alto, en poco tiempo. Y, aunque aún no está muy seguro de que esa historia que cuentan sea de verdad, cree saber hacia dónde debe volar.
El viento del solsticio es tan helado que cubre de escarcha las plumas oscuras de Cuervo. Cuando al fin llega a la Montaña del Oso tiene el aspecto de alguna luminosa criatura del invierno. Pero él no se siente especialmente luminoso. Se siente helado, y sombrío, y miserable. Y especialmente córvido. Y le duele la cabeza (maldita resaca...)
La Montaña del Oso tiene un aspecto poco acogedor en la oscuridad. Los picos afilados se alzan entre los árboles, cubiertos de nieve y hielo. El viento aúlla como un Coyote.
Pero Coyote aún no ha llegado.
Cuervo sonríe burlón para sí. No hay nada como un buen par de alas para llegar bien lejos.
Arriba, cerca de la cumbre, hay un brillo dorado. Cuervo suspira. No podía ser facilito, no. Por una de esas extrañas leyes que rigen este mundo de cuentos e historias, no se puede subir la Montaña del Oso si no es a pie. Las alas de las que tan orgulloso se siente no le sirven de nada aquí. Y sobre dos patas, la verdad es que Cuervo no es demasiado hábil.
Pero, por lo menos, Coyote no ha llegado aún.
Y puedo hacer un poco de trampa, piensa Cuervo, nadie está mirando. Mis alas no sirven de mucho aquí, pero si un buen par de piernas.
Así que Cuervo toma su aspecto humano, un hombre joven con la piel cobriza y el cabello largo tan negro como una noche sin estrellas. Solo tras sus ojos sigue estando Cuervo.
Flexiona los brazos fuertes, las piernas ágiles. Todo bien. Cada cosa en su sitio. Cuervo trepa por la ladera de la Montaña del Oso, hacia la luz dorada.
Las piedras agudas le hieren las palmas de las manos. El viento helado le muerde la piel desnuda y dibuja figuras de escarcha en su cuerpo. Pero ahí está la luz, y es tan cálida…
La luz se derrama como agua desde la entrada de la cueva. Cuervo se acerca, temblando, agotado, maldiciendo en voz baja. Dentro de la cueva está Oso, solo que esta vez Oso es Osa. Junto a ella dormita un osezno, y ambos están envueltos por la luz cálida del sol robado.
Cuervo empieza a creer que morirá de frío si sigue metido en su piel humana, así que vuelve a ser Cuervo, cubierto de cálidas plumas que ahora parecen de plata escarchada.
Aprovechando el sueño invernal de los osos, Cuervo se desliza en la cueva. La luz está dentro de una caja de cristal, bajo la zarpa de Osa, y se escapa por los bordes, inundando la cueva. Si intenta tocarla, o moverla, Osa se despertará enseguida…
Cuervo decide volver a cambiar de forma. Puede ser muchas cosas, aunque siempre sea Cuervo. Ahora es un abejorro plateado que zumba en la oreja de Osezno hasta hacerlo llorar. Osa abre los ojos y mira preocupada a su cachorro.
-¿Qué tienes, mi cielo? –dice con voz dulce.
Y Cuervo zumba en el oído de Osezno, y el pequeño repite las palabras del ave como si fueran suyas.
-Quiero jugar con la luz del sol.
Osa es una buena madre, cariñosa y atenta, así que abre la cajita y amasa la luz del sol hasta convertirla en una pelotita brillante. Osezno juega un rato con la luz del sol ante la mirada de su madre. Al cabo de un rato se duerme, agotado, entre las patas de Osa, y ella no tarda en dormirse también, dejando la luz a merced de Cuervo.
Cuervo no pierde el tiempo. Rápidamente vuelve a adoptar su forma habitual y toma la luz del sol entre sus garras. Sale disparado de la cueva, sin recordar la inutilidad de unas alas en la Montaña del Oso. No le responden, naturalmente. Es como si se hubiesen convertido en madera. Cuervo cae como una piedra, rueda con estrépito por la ladera de la montaña y a media caída tropieza con algo suave, peludo y rojizo que sube trabajosamente. Coyote y Cuervo caen, un revoltijo de plumas negras, pelo rojo, ladridos, graznidos, escarcha, luz y maldiciones. Una piedra particularmente alta, afilada y dura detiene brusca y dolorosamente la caída. Arriba, en la cueva, resuena un rugido furioso.
Ni Cuervo ni Coyote tienen intención de quedarse a ver lo que pasa después. Coyote corre montaña abajo, hacia los árboles oscuros, más rápido que el mismo viento. Cuervo no piensa quedarse atrás. Se aferra con fuerza a la cola de Coyote, la bola de luz en el pico, aleteando desesperado para mantener el equilibrio.
Es una extraña criatura la que irrumpe en el Mundo Bosque, cuatro patas rojizas, un hocico afilado, alas negras escarchadas y un resplandor solar que la envuelve.
Ahí están, en el mismo claro, jadeando. Justo a tiempo para el solsticio.
Cuervo abre el pico y el sol vuelve a su lugar en el cielo.
Coyote sonríe, una sonrisa perruna y satisfecha.
Cuervo lo mira.
-El año que viene vas tú solo.


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